8M: Una revisión del movimiento difícil de tragar

«hasta que seamos un batallón
o un ejército de amor
que acabe con todas las miserías y opresiones
estamos buscando, buscamos todavía una mujer,
que mirando aI sol
no cierre los ojos.»

Fragmento del poema «Estamos buscado»
de Julieta Paredes

Autora: Aránzazu de Santiago

Fotografía: Julie Ehrenzweig (@j.ewelles)

A raíz del 8M seguramente muchas de nosotras hemos albergado sentires y pensamientos sobre sí mismas y sobre las circunstancias políticas, culturales, sociales e ideológicas que nos atraviesan, o al menos eso esperaría. Y digo que lo esperaría porque ser mujer es una situación existencial, que no se ratifica solo el 8M, sino día con día en una reflexión continua.

No sé por dónde empezar, tengo muchas cosas que decir, pero siento pudor. Últimamente hablar sobre feminismo me ha parecido un terreno muy escabroso, donde cada palabra puede detonar una “cancelación”, algo así como las testigos del feminismo que predican desde la irreflexión qué debemos decir y qué no del movimiento y con esto espero no dejen de leerme, porque el propósito de estas palabras es que se interpelen, que me cuestionen a mí y con ello la dirección del movimiento.

Partiré celebrando el poder de convocatoria que tienen los feminismos (en plural) el 8 de marzo y con ello el potencial de comunidad que sería bueno gestar más allá de una marcha, sobre todo por la manera en que logramos congregarnos muchas de nosotras, es decir, a través de la relación no “política” en el sentido tradicional, con nuestras amistades, compañeras de trabajo, de universidades, etcétera, me resulta invaluable como de los afectos surge el posicionamiento público y compartido de la lucha.

Admiro que como lucha- antipatriarcal cuestione ampliamente la forma en que se ha construido el mundo, las sociedades, los Estados y las relaciones humanas y con la naturaleza. Sin embargo, estas alternativas de construcción de un nuevo mundo no han surgido paralelas, lo cual es entendible porque como mujeres llenas de diferencias históricas, culturales y políticas es difícil que ocurra, sin embargo me parece necesario ir rompiendo nuestras cajas de eco dentro del feminismo y empezar a escucharnos horizontalmente, como un primer ejercicio anti- patriarcal y esto lo digo por la manera en que las diferencias en las marchas son ampliamente visibles, no por la presencia, sino por la ausencia de muchas que no se identifican con el reclamo que sigue siendo en la mayoría de los casos monopolizado por una sola mirada feminista, por lo general hegemónica, punitiva, separatista, “empoderante”.

Del lado triste, este 8M tuve la impresión y desánimo por ver una multitud que no ha construido comunidad, sentí que más que mirarnos a los ojos y cuidarnos mutuamente la prioridad era la foto para Instagram y así cumplir con el nuevo deber de la mujer “consciente”: ser feminista.

Cuando hablo de comunidad no me refiero a esa sororidad ingenua que más bien se parece al pacto patriarcal, sino a esa “otra manera de entender y organizar la sociedad y vivir la vida” (Paredes, p. 86), porque de nada sirve reclamar al Patriarcado la opresión si entre nosotras mismas seguimos replicando dinámicas capitalistas, transfóbicas, racistas, clasistas, cosificantes y de competitividad; comprando ropa que esclaviza a otras mujeres, agrediendo a quien no es una mujer “natural”, precarizándolas, discriminándolas, blanqueando nuestra persona para desindigenizarnos, aspirando a la hegemonía de la mujer blanca, etc. Parecerá entonces que soy una ignorante de la sororidad, pero no estoy dispuesta a hermanar a una mujer con otra que es su opresora, tampoco construirla como su enemiga, propongo pensarnos horizontalemente, donde ninguna cercene los derechos de la otra, cosa nada fácil.

Yo no creo en una hermandad ciega gestada en el hito de la mujer que asume que su opresión es universal y su única liberación la sexualidad, porque somos más que sexo. Y entonces pienso que

 el género nos une, pero ignorar la clase nos divide,

el género nos une, pero ignorar la raza nos divide,

y hay quienes siempre salen ganando, consiguiendo eso que Marcela Lagarde llama cautiverios felices, detrás de escritorios, arriba de escenarios, con una colección de condecoraciones y una gran sensación ilusoria de libertad.

El 8M nos recuerda que le debemos muchas cosas al feminismo, pero no me gusta pensar solo en el voto, o la educación universitaria ahora que el Estado y las Universidades intentan cooptar la lucha. Creo que hay una necesidad de conmemorar la resistencia de las mujeres que sin llamarse feministas o desde un feminismo comunitario afrontan dignamente, día a día, las violencias patriarcales, militares, capitalistas. Traigo a la memoria, con mucho respeto y rabia,  a las mujeres zapatistas, a  la Comandante Ramona, a la compañera Everilda, a las mujeres descalzas y pequeñas que han resistido las ocupaciones militares con cordones de paz después de Acteal, a las 47 mujeres violadas del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra para evitar la construcción de un aeropuerto, a Tere y Fili comunicadoras del pueblo triqui asesinadas, a las mujeres de la comunidad Purépecha de Cherán que se levantan en contra del crimen organizado y la lista sigue. (Paredes, pp. 11-33)

Pensando en esta multiplicidad de resistencias, me parece que las marchas y los feminismos deberían incluir una multiplicidad de demandas y diversidad en sus militantes, en cambio nos dan íconos feministas que venden empoderamiento y articulan discursos desde el pensamiento feminista occidental que considera la igualdad como la máxima liberación, y la educación, el “buen vestir” y los tacones como insignia del arquetipo de mujer “liberada”. Lo que no saben es que no todxs podemos ser lxs amxs pues para que exista el amo se necesita de un oprimido.  Si no desarticulamos esa relación dicotómica amo- esclavo, opresor- oprimido, víctima- victimario, y sino se integra en la lucha feminista a las mujeres otras; barbaras, proletarias, brutas, campesinas, indígenas, negras, periferizadas y empobrecidas, entonces será el feminismo el que termine desarticulado.

Hay una fuerte necesidad de que desde el feminismo contextualicemos nuestra historia, nuestra materialidad sudaca, que hable de la crisis ocasionada por el capitalismo, de la precarización de la vida, de la explotación de recursos y en general no solo “deconstruya”, sino que construya otro horizonte posible para la humanidad, para las mujeres y niñxs.

Necesitamos posicionarnos en contra del capitalismo y desmitificar que la libertad de la mujer es únicamente sexual en un contexto donde lo más comercial es el sexo, el mercado de la carne promete independencia económica, trabaja con nuestros cuerpos como mercancía y luego nos mata para vender nuestras historias.

Necesitamos hacer del feminismo algo más que una cualidad ornamental de la personalidad, hacer que nos atraviese la existencia y nos permita coherencia y libertad para subvertir las dinámicas opresoras.

Necesitamos no tener que anteponer el feminismo a la reflexión, no convertirlo en un dogma, sino transformarlo continuamente, porque asumir la inmutabilidad de la mujer, lo cual es sumamente patriarcal, se refleja en un feminismo que no está dispuesto a transformarse, reconstruirse e incorporar nuevas demandas.

Finalmente, quisiera no causar recelo, porque si incito a cuestionar el feminismo no es para deslegitimarlo, sino para reconstruirlo y preservar la lucha. Hay que diferir y cuestionar(nos), pero sin renunciar a los espacios colectivos, populares, feministas, anti-patriarcales, públicos y entonces  apostar por la sociabilidad y  el encuentro en medio de un mundo individualizado.

En el cuerpo de las mujeres se construye y destruye el arraigo comunitario, procurar la comunidad es subvertir un régimen de poder que se materializa en violencia hacia las mujeres.

Referencias

Paredes, J. (2013). Hilando fino desde el feminismo comunitario. Cooperativa el Rebozo.

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