La naturaleza del cuerpo: Breve reflexión sobre las infancias trans

Nacemos. Nacer es el inicio de nuestro mundo, no del ajeno, sino del compartido. Hay una luz al final del camino que suena como a libertad, y de esa luz surge un organismo que experimentará a través de los sentidos su corporalidad. Somos seres ligados al cuerpo fenoménico diría Maurice Merleau-Ponty. La mente y el cuerpo no están divididos como dos entidades que se unen en un mismo lugar, sino que son uno en sí mismo.

Autore: Maron Vásquez

Fotografía: Edwin Castañeda (@edwin_meza10)

¿Por qué hablar de cultura junto a conceptos del área de biología? Porque somos seres biopsicosociales. El movimiento feminista ha introducido el término de cuerpa para hablar de las experiencias ligadas a la morfología, la cultura y la fisiología.  Razonar e integrar los signos culturales en nuestros cuerpos nos diferencia a los seres humanos de otros animales. Nacemos, pero no solo nacemos, sino que se nos nombra, se nos evoca mediante el nombre y se nos distingue mediante el sexo. Llegamos a la luz, y sorpresa, no hay libertad. Hay otra cárcel de carne.

Nos desarrollamos. Somos infantes, vemos el mundo y nos integramos en él. No somos otra cosa aparte, somos objetos entre los objetos y los llenamos de signos. El sexo tiene un signo que es el género. Nadie dice: “El color azul es para los seres humanos que son del sexo masculino”, en su lugar se dice “el color azul es para los niños”. Y en la palabra “niño” se distingue la palabra “hombre”. Y a “hombre” se le integra en una convención social de lo que eso significa, lo mismo que a “mujer”. A esto se le llama expectativas de género.

Fotografía: Edwin Castañeda (@edwin_meza10)

¿Qué pasaría si esas expectativas de género fueran difuminadas?, ¿Cómo podríamos escaparnos del signo del género? Las infancias trans. Cuando hablamos de infancia trans no hablamos del amarillismo periodístico, es decir, de infancias mutiladas, de bombas de hormonas y de una heterosexualización compulsiva. Hablamos de corporalidades y de historias de vida. El infante trans es aquel cuyo comportamiento rompe las categorías y las expectativas de género.

La infancia no está ligada a ninguna agenda política, solo existe y en ese existir implica reconocerse, jugar con los sentidos e interpretar un mundo propio. Una infancia trans es la luz de la libertad, puesto que no se le exige un comportamiento dentro de las expectativas del género. Un deber-ser se deja de lado por un dejar-ser. El cuerpo debería ser una herramienta de carne, no una cárcel. Podríamos romper los signos en las frases cotidianas y decir: “El color azul es para quien quiera usarlo, para quien le guste; puede que al final le termine gustando ese color u otro, pero lo escogió desde la libertad; no desde la imposición”.

Fotografía: Edwin Castañeda (@edwin_meza10)

Crecemos. Todas las personas trans fuimos infancias trans, pero no todas vivimos una. Se nos dejó escoger nuestro color favorito hasta la adultez. Nuestras vivencias y nuestras corporalidades son diferentes a las cisheterosexuales, pero en ambos casos hubo infancia (claro, una más libre que otra). Nombrarse desde el nacimiento o nombrarse más tarde no importa, la experiencia corpórea y la simbólica guiarán nuestra identidad, no como un foco en medio de una cuarto, más bien como un faro en medio del mar.

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